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CARTA A JOSE R. SALAS

Bayamón, octubre 2 de 1984

Ob. José R. Salas
Santiago de los Caballeros

Querido hermano:
Es mi deseo que estés bien, al igual que los demás hermanos en ésa; yo sigo regular, pero los demás bien, gracias a Dios.
Lamento no haber podido acompañarte en el viaje a Haití, pues siento deseos de visitar ese lugar y además pasar también unos días con los hermanos dominicanos, pero como Nena te habrá contado, me puse peor que otras veces, de manera que tuve que estar en cama unos días con hasta 20 latidos prematuros por minuto. Después me he quedado días mejor y días no bien, pues cuando mejoro y empiezo a salir o hago alguna fuerza, por ligera que sea, enseguida empeoro y tengo que tranquilizarme de nuevo en casa. Sigue orando por mí, pues si es la voluntad de Dios que vaya por allá pronto, El me permitirá las condiciones que necesito para el viaje, sobre todo la salud.
Recibí carta de Ronald donde me dice que tiene 4 candidatos al discipulado y quiere mi autorización para que tú les tomes los votos, pero como comprenderás, yo no puedo aprobar ni desaprobar a gente que ni siquiera he visto por primera vez. Fina también me habló de una señora vecina que quiere firmar, pero tampoco la conozco. Si tú, como oficial responsable y de experiencia en estos caminos, después de analizar cada caso, encuentras que los candidatos tienen condiciones para el discipulado, y les tomas los votos, para mí será como si los hubiese tomado yo; pero la decisión y la responsabilidad tienen que ser tuyas.
Como tú sabes, yo no soy partidario de tomar votos a la ligera. De por mí firmarían como discípulos solamente los que, después de un tiempo prudencial como miembros fieles, demuestran tener un llamamiento genuino, más la responsabilidad necesaria para llevar dignamente nuestro uniforme.
Los adolescentes, salvo casos muy especiales, no están preparados para llevar la cruz como se debe llevar, y creo que la triste experiencia de los últimos años me da la razón. Tampoco considero aptos para el discipulado a los que quieren firmar con la condición de que los dejen viviendo en sus casas. Podría considerarse como caso especial aquel en que toda la familia guarda los mandamientos y la casa va a convertirse en un campamento más bajo la supervisión de los oficiales, y aun así, el que firma debe estar dispuesto a aceptar un traslado cuando sea necesario.
Los oficiales no podemos erigirnos en jueces, pero Cristo mismo puso condiciones para el discipulado, y a más de uno que quiso seguirle no se lo permitió. Una de las condiciones impuestas por Cristo es: “Niégate a ti mismo”, lo cual quiere decir: “Renuncia a todo y entrégate”. Por eso, cuando veo a algún hermano dispuesto a renunciar a alguna ventaja material, creo que es alguien que está dispuesto a sacrificarse porque ama la causa; pero cuando veo otros que se nos quieren unir para escapar de alguna situación difícil en el mundo (sea de índole económica o no), temo que no venga a darse, sino más bien a buscar las ventajas que puede encontrar dentro de la iglesia. Muchos de esos son los que después de aparentar un poco de fidelidad por algún tiempo, luego no hacen más que causar vergüenza y sufrimiento a los que de verdad están en el camino porque se quieren salvar.
Otra cosa que yo no veo bien es que vivan en el campamento personas que no son misioneros, a no ser por una verdadera necesidad de la obra. Digo de la obra, porque verdaderos necesitados hay en el mundo por millones, y ojalá Dios nos conceda llegar a tener muchos campamentos y además muchos orfanatorios, asilos de ancianos y otras instituciones de ayuda a los necesitados; pero mientras tengamos las limitaciones que tenemos, no debemos llenar la casa con los de afuera con daño de los de adentro.
He oído decir que entre las nuevas personas que han sido acogidas en el campamento de Santiago hay una mujer de dudosa salud y de dudosa reputación. Quisiera que me hagas el favor de examinar ese caso, y si es cierto, y se le quiere dar ayuda, que se le dé la ayuda afuera, pero no dentro del campamento, donde viven señoritas que, aunque no llegaran a ser perjudicadas en sí mismas, sí lo serían en la opinión de los padres y demás personas que lleguen a conocer el caso. Es cierto que el Señor no rechazó a los ladrones ni a las «Magdalenas» arrepentidos, pero es cierto también que no podemos abrir las puertas a cualquier ladrón ni a cualquiera «Magdalena», porque entonces se nos llenaría la casa solamente de los tales, ya que ninguna otra clase de personas querrían entrar a hacerles compañía.
Al decir estas cosas no pretendo frenar el crecimiento de la obra, ni el entusiasmo de los hermanos, sino llamar la atención sobre los peligros de dar pasos precipitados que a la corta parecen pasos de avance, pero que a la larga pueden causar estancamiento o retroceso. Me expreso así, además, porque me es un placer comunicar contigo mis sentimientos o puntos de vista, pues creo que me comprendes, aunque no necesariamente compartas todas mis opiniones. Tú puedes proceder como mejor creas.
Si lo crees bueno, comparte esta carta con Ronald y a la vez lee tú la de él. Yo desearía que sigas ahí, por lo menos hasta que yo me restablezca y pueda dar una vuelta por allá, que si no pudiera ser antes, quiero que sea a más tardar en noviembre.
Dale mis saludos a todos los hermanos en esa. Sabes te aprecia tu hermano en Cristo,

Ob. B. Luis